Supersticiones

PALOMAS SUPERSTICIOSAS

El gran científico y brillante escritor Richard Dawkins, en su libro "Destejiendo el arco Iris" comenta la acción del chamán bailando la danza de la lluvia y la compara posteriormente con las "palomas supersticiosas" pues en ambos casos se parte de una supuesta relación entre actitudes y efectos.

Les dejo con lo que Dawkins nos dice: No somos los únicos animales que buscan pautas no aleatorias en la naturaleza, y tampoco somos los únicos animales que cometen equivocacionesdel tipo que podríamos denominar supersticiosas.

Ambos hechos se demuestrannítidamente mediante una caja de Skinner, un aparato ideado por el famosopsicólogo norteamericano B.F. Skinner. Una caja de Skinner es un dispositivosencillo pero versátil para estudiar la conducta de un animal, por logeneral una rata o una paloma. Es una caja con uno o varios interruptoresembutidos en una pared que la paloma (por ejemplo) puede accionarpicoteando, más un aparato que ofrece alimento (u otra recompensa) accionadoeléctricamente. Ambos están conectados de manera que el picoteo por parte dela paloma tiene una determinada influencia en el aparato dispensador decomida. En el caso más sencillo, cada vez que la paloma picotea la teclaobtiene comida. Las palomas aprenden rápidamente la tarea. Lo mismo ocurrecon las ratas y con los cerdos (éstos requieren cajas de Skinner ampliadas yreforzadas).
Nosotros sabemos que la conexión causal entre la tecla y la comida laproporciona un aparato eléctrico, pero la paloma no lo sabe. Para ella, elpicoteo de una tecla es comparable a una danza de la lluvia. Además, la conexión puede ser muy lábil, de tipo estadístico. El aparato puede prepararse para que sólo recompense uno de cada 10 picoteos, en sentido literal o en sentido estadístico. En este último caso se recompensa uno decada 10 picotazos por término medio, pero el número de picotazos requerido para cada recompensa concreta se determina al azar. También puede haber un reloj que determine que una décima parte del tiempo, en promedio, un picotazo tendrá premio, pero de manera que sea imposible decidir qué décima parte del tiempo. Palomas y ratas aprenden a apretar las teclas aun cuandosólo una proporción muy pequeña de picotazos tiene premio y hay que ser un buen estadístico para detectar la relación causaefecto.
Un hecho interesante es que los hábitos aprendidos cuando los picotazos se premian solo ocasionalmente son más duraderos que cuando todos los picotazos tienen recompensa; en este último caso la paloma se desanima rápidamente cuando se desconecta el mecanismo de recompensa. Intuitivamente esto tiene sentido, si uno piensa en ello.Así pues, palomas y ratas son bastante competentes a la hora ctej identificar tenues pautas estadísticas en su mundo. Es presumible que estacapacidad les sea tan útil en la naturaleza como en la caja de Skinner.
El mundo exterior es como una gran caja de Skinner, rica en pautas y patronescomplicados. Las acciones de un animal salvaje suelen estar seguidas derecompensas, castigos u otros sucesos importantes. Con frecuencia, larelación entre causa y efecto no es absoluta, sino estadística. Si un zarapito sondea el fango con su pico largo y curvado hay cierta probabilidad de que encuentre un gusano.
La relación entre eventos de sondeo y eventos de gusano es estadística, pero real. En tomo a la teoría de la estrategia alimentaria óptima ha crecido toda una escuela de investigación. Las aves silvestres demuestran unas capacidades bastante refinadas de evaluación estadística de la riqueza relativa de distintas áreas, y cambian deresidencia en consecuencia. Volviendo al laboratorio, Skinner fundó una gran escuela de investigación que utilizaba cajas de Skinner para toda clase de experimentos.
Después, en 1948, ensayó una ingeniosa variante de la técnica estándar. Lo que hizo fue cortar del todo la conexión causal entre com-portamiento y recompensa. Para ello preparó el aparato para «recompensar» a la paloma de tiempo en tiempo, con independencia de lo que el ave hiciera. Todo lo que tenían que hacer las aves era sentarse y esperar el premio. Pero no es esto lo que hicieron. En lugar de ello, en seis casos de cada ocho desarrollaron (de la misma forma en que aprendían un hábito recompensado) lo que Skinner llamó «conductasupersticiosa». La naturaleza de esta conducta variaba de una paloma a otra.Un ave giraba en redondo como una peonza, dando dos o tres vueltas ensentido contrario a las agujas del reloj, entre «recompensas».
Otra paloma se lanzaba repetidamente de cabeza contra uno de los rincones superiores dela caja. Una tercera ave sacudía la cabeza como si levantara con ella una cortina invisible.
Dos aves desarrollaron de manera independiente un «balanceo pendular» de la cabeza y el cuerpo. Incidentalmente, este último hábito debía de parecerse a la danza de cortejo de algunas aves del paraíso. Skinner utilizó el término superstición porque las aves se comportaban como si pensaran que su movimiento reiterado tenía una influencia causal sobre el mecanismo de recompensa, cuando en realidad no era así. Era el equivalente palomar de una danza de la lluvia.
Una vez establecido, un hábito supersticioso podía persistir durante horas, mucho después de que el mecanismo de recompensa hubiera sido desconectado. Sin embargo, la forma de los hábitos no permanecía inalterable, sino quederivaba como las improvisaciones progresivas de un organista. En un casotípico, el hábito supersticioso de la paloma empezaba como un bruscomovimiento de la cabeza hacia la izquierda. A medida que pasaba el tiempo,los movimientos se hacían más enérgicos.

Al final, todo el cuerpo se movíaen la misma dirección, y las patas daban un paso o dos. Después de muchashoras de «deriva topográfica», este movimiento de pasos hacia la izquierdase convirtió en el rasgo predominante del hábito. Los hábitos supersticiososen sí pueden haber derivado del repertorio natural de la especie, pero siguesiendo correcto afirmar que su ejecución repetida en este contexto es unaconducta antinatural.Las palomas supersticiosas de Skinner estaban actuando como estadísticos,pero de la peor especie. Estaban atentas a cualquier posible conexión entrelos sucesos de su mundo, en especial entre recompensas deseadas y accionesejercibles. Un hábito, como el de introducir la cabeza en un ángulo superiorde la caja, se imciaba a partir de una acción casual realizada un momentoantes de que el mecanismo de recompensa entrara en acción con un chasquido.
Es bastante comprensible que el ave elaborara la hipótesis tentativa de queambos sucesos estaban conectados, de modo que volvía a introducir la cabezaen el rincón. La suerte hacía que el mecanismo temporizador de la caja deSkinner premiase la acción de nuevo. Si el ave hubiera intentado elexperimento de no introducir la cabeza en el rincón, habría descubierto quela recompensa llegaba de todas formas. Pero para que se le ocurriera unexperimento semejante tendría que haber sido un estadístico mejor y másescéptico que muchos de nosotros, los seres humanos.Skinner compara estas conductas con las de los jugadores humanos quedesarrollan pequeños «tics» cuando juegan a cartas.
Este tipo decomportamiento es también un espectáculo familiar en las boleras. Una vez labola ha abandonado la mano del jugador, no hay nada más que éste pueda hacerpara animarla a moverse hacia su objetivo. No obstante, los jugadoresexpertos casi siempre corretean tras su bola, con frecuencia todavía enposición agachada, girando y volteando el cuerpo como si quisieran impartirinstrucciones desesperadas a la bola ahora indiferente, a veces dirigiéndolefútiles palabras de ánimo.

Un «bandido manco» de Las Vegas, máquina tragaperras con palanca, no es más que una caja de Skinner humana. Aquí el acto de «picotear la tecla» se sustituye por la introducción de una monedaen la ranura antes de accionar la palanca. Realmente es un juego de tontos, porque se sabe que las posibilidades están claramente a favor del casino (¿de qué otro modo pagaría éste sus enormes facturas de electricidad? ). El que un tirón de la palanca dé o no dinero está determinado por el azar. Es una receta perfecta para los hábitos supersticiosos. No es de extrañar, pues, que los adictos al juego tragamonedas exhiban conductas que recuerdan mucho a las palomas supersticiosas de Skinner. Algunos hablan a la máquina; otros le hacen señas raras con los dedos, o la golpean, o le dan palmaditas. Una vez le dieron una palmadita y ganaron el premio gordo, y nunca lo han olvidado. He observado conductas similares en adictos a los ordenadores, como golpear con los nudillos la terminal ante la falta de respuesta de uns ervidor lento.

Se ha hecho también un estudio informal de las apuestas en las carreras de caballos de Londres. Según me cuenta, hay un jugador que, tras depositar su apuesta, suele ir corriendo hasta cierta baldosa del suelo, sobre la que se mantiene con un solo pie mientras observala carrera de caballos en el televisor del corredor de apuestas. Es presumible que alguna vez ganara mientras se encontraba sobre esta baldosa y concibiera la idea de que había una relación causal. Ahora bien, si alguna otra persona se encuentra sobre «su» baldosa de la suerte (hay quienes se sitúan en ella deliberadamente, quizá para secuestrar un poco de su «suerte» o sólo para fastidiarlo) , entonces baila a su alrededor, intentando desesperadamente poner un pie en la baldosa antes de que termine la carrera. Otros jugadores se niegan a cambiarse de camisa o a cortarse el pelo mientras están «en racha». En cambio, un apostador irlandés que tenía unabonita melena se afeitó completamente la cabeza en un esfuerzo desesperado por cambiar su suerte. Su hipótesis era que estaba teniendo una suerte pésima en los caballos y que tenía mucho pelo. Quizás ambas cosas estaban conectadas de alguna manera.
Antes de que nos sintamos demasiado superiores, recordemos que a muchos de nosotros nos hicieron creer que la fortuna de Sansón cambió completamente después de que Dalila le cortara el cabello.

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